La sola existencia de un Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, instituido por la ONU en 2015, significa que existe la necesidad de difundir información y generar conciencia y diálogo social en torno del tema. Eventualmente las jornadas mundiales también se usan para celebrar y reforzar los logros de la humanidad. También aquí, aunque aún falta mucho para saldar la brecha de género existente en estas áreas del conocimiento, hay cifras positivas para destacar.
A pesar de los avances logrados en las últimas décadas, las diferencias entre hombres y mujeres en la ciencia siguen siendo una realidad que no solo afecta las oportunidades y el reconocimiento de las científicas, sino el propio progreso y la innovación de la sociedad.
La ONU considera la igualdad de género una de sus prioridades y afirma que es fundamental para el desarrollo económico global y el avance de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que abarca diversos objetivos y metas relacionados con el bienestar humano y ambiental. En este sentido, ha reconocido la importancia de garantizar el acceso y la participación de las mujeres y las niñas en la educación, la capacitación y la ciencia y la tecnología, como medios para lograr su empoderamiento y su igualdad de oportunidades en el mercado laboral.
A pesar de los avances logrados en las últimas décadas, las mujeres siguen enfrentando obstáculos y desigualdades en el campo de la ciencia. En el mundo de las I+D (investigación y desarrollo), son el 33%, de acuerdo con el informe más reciente de la UNESCO. Además, de acuerdo con datos del Instituto de Estadística de ese organismo internacional recabados en 2018 y el análisis BCG (matriz crecimiento-participación) de 2014 para la Fondation L’Oréal, existe una brecha persistente entre hombres y mujeres graduados en el nivel de doctorado, lo que limita sus oportunidades de liderar proyectos e innovar en sus áreas de conocimiento.
Según esa fuente, a nivel global aparece una curva descendente muy preocupante a medida que las mujeres van subiendo en la escala jerárquica en las áreas de ciencia. Así, mientras un alentador 53% de mujeres obtienen un título de bachiller, contra un 47% de hombres y un 55% logra una maestría, contra un 45% de varones, ya en el título de doctorado este porcentaje comienza a bajar y las proporciones se invierte, con un 44% de mujeres, y un 56% de hombres.
La tendencia descendente de la participación femenina continúa a medida que se avanza en los puestos científicos y académicos, lo que refleja la persistencia del famoso “techo de cristal” que limita el ascenso femenino en la escala laboral. Así, los datos indican que en la carrera de investigador las mujeres son el 33% y los hombres el 67% restante y en las posiciones de jerarquía el 14% contra el 86% de varones.
Finalmente, la brecha se torna un abismo a la hora de evaluar los premios científicos ya que, si se tiene en cuenta el máximo galardón, el Premio Nobel, en toda su historia apenas hubo un 4% de mujeres contra el 96% de hombres distinguidos.
Asimismo, el informe más reciente de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y de ONU Mujeres mostró un datos positivo para la región en todas las áreas del conocimiento, ya que la proporción de mujeres en investigación en América Latina es del 45%, mientras que a nivel mundial es del 29,3%. Pero las investigadoras latinoamericanas enfrentan una segregación por disciplinas: mientras que la mayoría se destaca en ciencias sociales y médicas, están menos representadas en las carreras STEM, acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática (science, technology, engineering and mathematics).