
Dios creó un mundo bueno, donde reinaba la armonía. Cada cosa creada, cada órgano y sistema, funcionaba como debía ser. Sin embargo, el hecho de que exista un Diseñador perfecto, quien creó perfectamente, no niega el hecho de que también existió una caída.
Génesis 3 narra que la muerte entró al mundo perfecto de Dios, y las enfermedades que antes no existían comenzaron a aparecer.
Todos los órganos —el corazón, los pulmones, el hígado, y aun el cerebro— comenzaron a padecer de disfunciones.
La depresión es una de esas enfermedades que surgieron fruto de la caída. La forma de pensar de los seres humanos se trastornó tanto que Pablo nos advierte: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas” (Tit. 1:15).
¿Cristianos deprimidos?
En muchos círculos cristianos existe la creencia de que es imposible para un verdadero creyente deprimirse a menos que esté en pecado, tenga falta de fe o falta de conocimiento bíblico.
Sin embargo, un estudio de la Palabra demuestra que varios profetas se deprimieron: algunos por su propio pecado (como David), y otros por el pecado del pueblo (como Moisés).
Jeremías se deprimió porque el Señor le reveló lo que le pasaría al pueblo judío… ¡se deprimió porque conoció la realidad!
Qué hacer en medio de la depresión
Y entonces ¿qué debemos hacer? Primero, buscar ayuda. Cristo nos dejó una familia, su Iglesia, porque Él conoce nuestras debilidades y la necesidad que tenemos.
El cuerpo humano es una “máquina” inmensamente complicada, creada por un Dios incontenible. Aunque nuestros cuerpos han sido quebrantados por la caída y son afligidos por toda clase de enfermedades físicas y mentales, podemos confiar en que —cuando regrese por los suyos— Dios recreará lo que Él creó.
Abogado , cristiano, cantante de musica urbana cristiana